Acabo de leer un artículo en la revista Wired acerca de un ensayo publicado por el escritor Nicholas Carr llamado The Shallows (se podría traducir por "Los superficiales") que lleva como subtítulo: cómo internet está modificando nuestros cerebros.
En este libro, Carr expone mediante resultados de estudios realizados con voluntarios como la generación de internet, la de personas habituadas a abrir páginas y páginas y clocar sobre numerosos enlaces y enlaces está sufriendo una adaptación de sus circuitos neuronales, que se adaptan plásticamente a la nueva forma de consumir información.
Anteriormente lo más habitual era leer libros o revistas de forma selectiva y secuencial: trataban de un tema y los artículos tenían una consistencia y una lectura lineal. Era por tanto menos probable que se produjera una distracción que afectara a nuestra capacidad de concentrarnos en leer dicho contenido y asimilarlo mejor, es decir, que tuviese más probabilidades de quedar correctamente fijado en nuestra memoria a largo plazo.
En la actualidad, con la omnipresencia de la web, los libros electrónicos y en general la información digital; ha cambiado sustancialmente la forma de acceder y leer dicha información: ahora nos enfrentamos no a una serie de páginas con un texto que sigue un hilo argumental si no con un bosque de enlaces, animaciones, vídeos, comentarios… en definitiva toda una tormenta de interrupciones que hace que nuestra mente deje la costumbre de concentrarse en un "punto" y pase a un modo de "distracción", atendiendo mejor a estas últimas y perdiendo el foco en lo que realmente deberíamos estar aprendiendo.
En los estudios realizados y que menciona Carr en su libro, se compara la actividad cerebral de cinco individuos habituados a "surfear la red" versus a cinco neófitos, ambos grupos mientras están buscando información en la web. Lógicamente la agilidad con la que el primer grupo hacía clic en los enlaces era superior al segundo grupo. No solo esto si no que el patrón de actividad cerebral del primer grupo era muy similar entre sí pero totalmente distinto al del segundo grupo.
Lo más sorprendente es que bastaron cinco horas de navegación para que los patrones de actividad cerebral de este segundo grupo se alinearan con el del primero. Es decir, el cerebro del no habituado a navegar por la web se transformó y aprendió a distraerse con los enlaces y a centrar su atención en múltiples puntos, perdiendo la concentración en uno solo. En este punto no es difícil pero tampoco disparatado empezar a correlacionar la procrastinación con nuestro nuevo estilo de vida digital: somos incapaces de centrarnos en una tarea y terminarla a cambio de tener un conocimiento superficial de muchos temas diversos y dispersos. Como se sugiere en el mismo libro The Shallows, internet está re-educando nuestro cerebro para que preste más atención a la basura…